¿UN JESÚS PERFECTO?

La fe no se juzga en lo que pensamos o creemos, sino en lo que vivimos. Lo que pensamos o creemos puede sostener la vivencia profunda de la fe. Las creencias, en cuanto pensamientos, han de ser “razonables” o al menos no ser irracionales. Solo podemos “creer” lo que nos parece razonable o “plausible”. Por eso cambian las creencias según la cultura, la visión del mundo. Una creencia que no fuera razonable o que fuera irracional sería un obstáculo para la vivencia de la fe. En realidad, nadie cree nada si por alguna razón no le parece razonable creerlo. 

     Los motivos de razonabilidad son muy diversos, pero nadie puede creer algo que no le parezca razonable creer. Es así de sencillo. Igual de sencillo es, y por la misma razón, lo que decía en el paréntesis del artículo: si la evolución de la vida sigue –y es innegable que sigue–, el hombre Jesús no puede ser pensado como la forma acabada de la evolución de la vida en general, ni siquiera de la evolución humana en particular. Según eso, no sería razonable pensar en Jesús como un ser perfecto y acabado.  Pensar a Jesús como un hombre perfecto estaría en contradicción con el dato de la evolución y, en última instancia, con la creencia de la encarnación. 

Vayamos por partes.

     Supongo que nadie imagina a Jesús como un hombre físicamente perfecto. Un cuerpo perfecto no existe. Un Jesús físicamente perfecto no sería humano. La inteligencia depende de la educación y del ejercicio personal, pero en primer lugar de la capacidad neuronal. 

     No conocemos mucho sobre la psicología de Jesús, aunque por lo que sabemos ya nos gustaría tener su emotividad y equilibrio, su fuerza y ternura; ya nos gustaría ser tan buenos y felices como él. Con todo, ¿sería razonable pensar que su psicología fue perfectamente equilibrada, que jamás sintió angustia ni sentimiento negativo alguno para consigo o los demás, como nos pasa a todos? Si padeces en tu ser, que seguro que padeces, esas angustias y sentimientos negativos, no te preocupes: seguro que Jesús también las padeció. Pero procuró seguir sobreponiéndose cada día y confiando a pesar de todo. Ahí está la grandeza de vivir; ése es el camino.

Otro y con el Todo. 

Y esa espiritualidad, como todo cuanto es, depende de todo, emerge de todo. Depende y emerge también, y no en pequeña medida, de los genes y de las neuronas. Por eso digo: ya quisiera yo llegar a la paz y la armonía a las que llegó Jesús, incluso en Getsemaní, incluso en la cruz, pero no tengo por qué pensar que en su ser individual e histórico llegase a la realización plena de la paz, del descanso, de la espiritualidad, aunque sí creo –y me parece razonable o al menos no me parece irracional “creer”– que en su muerte llegó a la Vida plena o a Dios.

     Jesús fue un individuo admirable de esta nuestra pobre y maravillosa especie humana, especie maravillosa pero aún ien evolución hacia una forma todavía desconocida. Jesús fue y sigue siendo profeta, símbolo o encarnación de la Compasión liberadora y creadora. Pero en su vida y en su historia particular, en su experiencia y en su conciencia individual, no pudo llegar sino hasta donde su constitución biológica (su ADN y su 1.400 cm cúbicos de cerebro) y toda su cultura le permitieron llegar.

Por eso lo confieso admirable en su finitud y particularidad, del Espíritu que goza y gime en la creación entera hasta que Dios sea todo en todas las cosas.

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