Existen varias interpretación sobre la vida y muerte de Jesús. Así como los ensayos de interpretación de la Iglesia primitiva y otras que se unieron a la llamada Cristiandad. Analizamos las principales imágenes de que se ha servido la tradición de la fe para hacer comprensible, significativa y actual la muerte salvífica de Jesús.
Todas las interpretaciones, por dispares que puedan parecer, quieren traducir la fe profunda y la esperanza de que, gracias a Dios, fuimos liberados por nuestro Señor Jesucristo. Romanos 7.25
¿Cómo hacer creíble y aceptable tan gozosa respuesta? La teología que se emplean para expresar la liberación por Jesucristo, ¿resaltan o, por el contrario, ocultan hoy para nosotros el aspecto verdaderamente liberador de la vida, muerte y resurrección de Cristo?
Algunas iglesias dicen que Cristo nos redimió con su sangre, expió satisfactoriamente con su muerte nuestros pecados y ofreció su propia vida como sacrificio para la redención de todos.
Pero ¿qué significa realmente todo eso? ¿Comprendemos lo que decimos? ¿Podemos de verdad pensar que Dios estaba airado y que se apaciguó con la muerte de su Hijo? ¿Puede alguien sustituir a otro, morir en su lugar y continuar el hombre con su pecado? ¿Quién tiene que cambiar: Dios o el hombre? ¿Debe Dios cambiar su ira en bondad, o es el hombre el que ha de convertirse de pecador en justo?
Confesamos que Cristo nos liberó del pecado, y nosotros continuamos pecando. Decimos que nos libró de la muerte, y seguimos muriendo. Que nos reconcilió con Dios, y permanecemos en su enemistad.
¿Cuál es el sentido concreto y verdadero de la liberación de la muerte, del pecado y de la enemistad con Dios.?
El vocabulario empleado para expresar la liberación de Jesucristo refleja situaciones sociales muy concretas, lleva consigo intereses ideológicos y articula las tendencias de una época.
Así, una mentalidad marcadamente jurídica hablará en términos jurídicos y comerciales de rescate, de redención de los derechos, de dominio que Satán tenía sobre el pecador, de satisfacción, de mérito, de sustitución penal, etc.
Otra mentalidad determinada se expresará en términos de sacrificio, ofrenda, para apaciguar a Dios, y aún otra más se preocupa de la dimensión social y cultural de la alienación humana predicará la liberación de Jesucristo según su camino trazado.
¿En qué sentido entendemos que la muerte de Cristo formaba parte del plan de salvación del Padre? ¿Formaba parte de ese plan el rechazo de los judíos, la traición de Judas y la condena de Jesús por parte de los romanos?
¿Planeó Dios esta situación para llevar el Plan al resultado obtenido en esa era?
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En realidad, ellos no eran marionetas al servicio de un plan trazado a priori o de un drama suprahistórico. Fueron agentes concretos y responsables de sus decisiones. La muerte de Cristo fue humana, es decir, consecuencia de una vida y de una condenación provocada por actitudes históricas tomadas por Jesús de Nazaret.
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No basta repetir servilmente las fórmulas antiguas y sagradas. Tenemos que intentar comprenderlas para captar la realidad que quieren traducir.
¿Cómo y en qué sentido es Cristo liberador?
Nuestras reflexiones se van a centrar en desmontar. Se trata de someter a un análisis crítico tres representaciones comunes de la acción salvífica de Cristo:
La del sacrificio.
La de la redención.
La de la satisfacción.
Hablamos de desmontar y no de destruir. Los tres modelos referidos son construcciones teológicas que pretenden recoger, dentro de un determinado tiempo y espacio cultural, el significado salvífico de Jesucristo.
Desmontar significa ver la casa a través del plano con que se construyó, rehacer el proceso de construcción, mostrando la temporalidad y, eventualmente, la caducidad del material utilizado y destacando el valor permanente de su significado y su intención.
No hace falta explicar el sentido positivo que damos a la palabra «crítica»: es la capacidad de discernir el valor, el alcance y las limitaciones de una afirmación determinada.
¿Qué es propiamente la redención en Jesucristo: su comienzo (la encarnación) o el fin (la muerte)?
En la tradición teológica y en los textos vigentes, se nota una limitación en el modo concreto de concebir la redención. Ésta se centra en dos puntos: o en el comienzo de la vida de Cristo (la encarnación) o en el fin (la pasión y la muerte en cruz). El mismo credo católico adoptó esta estructuración que pasa inmediatamente de la encarnación a la muerte y resurrección.
REDENCIÓN.
Según la metafísica griega, Dios es sinónimo de vida, de perfección y de inmortalidad. La creación es obra de Dios, puede ser decadente según el cuidado que se le dé, imperfecta y mortal. Esto obedece a la estructura ontológica del ser creado. Constituye una fatalidad, no un pecado. Redimir significa elevar el mundo a la esfera de lo divino. De esta manera el hombre es divinizado y liberado del lastre de su limitación interna.
1. Con la encarnación entra en el mundo la redención, porque el Dios inmortal e infinito se encuentra con Jesucristo, con la criatura mortal y finita.
La constitución de este punto de la encarnación es suficiente para que toda la creación quede afectada y redimida. Jesús de Nazaret, su itinerario personal, el conflicto que se provocó con la situación religiosa y política de su tiempo, nos lleva a la humanidad universal representada por Jesús divinizándola.
CIERTA PARTE HISTÓRICA DE JESÚS DE NAZARET.
La encarnación se considera estéticamente, como el primer momento de la concepción virginal de Jesús, Ahí radica todo.
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No se tiene en cuenta el aspecto dinámico e histórico del crecimiento de Jesús, sus palabras, las diversas fases de su vida, sus decisiones, tensiones y encuentros, que, a medida que iban surgiendo, eran asumidos por Dios y realizaban la acción salvífica. Jesús crecia con sabiduría según el conocimiento humano y con sabiduría de su Padre, Dios. Es necesario admitir que el nacimiento da lugar al origen de una vida y Dios la puede engendrar sin la intervención total del hombre. Ver el caso de los padres de Juan el Bautista y muchos otros en relación al pueblo de Dios, cuyas mujeres fueron extériles, como Sara, mujer de ABRAM, Rebeca, mujer de Isaac y Raquel, mujer de Jacob.
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Algunas iglesias ponen en la pasión y muerte de Cristo el punto decisivo de la redención.
Para el pensamiento romano, el mundo es imperfecto sobre todo, por la presencia del pecado y del abuso de la libertad humana.
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El hombre ha ofendido a Dios y ha violado el recto orden de la naturaleza. Debe reparar el mal causado. De ahí la necesidad del mérito, el sacrificio, la conversión y la reconciliación. Sólo así queda restablecido el orden original y se alcanza la paz.
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LA MUERTE DE CRISTO COMO SACRIFICIO A DIOS.
Dios viene al encuentro del hombre: “ envía” a su propio Hijo para que repare la ofensa infinita perpetrada por el hombre. La encarnación y la vida de Jesús sólo tienen valor en cuanto prepara un nuevo camino para el hombre. El protagonista no es tanto Dios cuanto el hombre Jesús, que con su acción repara el mal causado.
Una de las doctrinas más conocida consiste en que Jesús viene a dar su vida, morir para rescate de la humanidad.
No se trata de introducir algo nuevo con la divinización, sino de restaurar el orden primitivo, justo y santo.
2. PROBLEMÁTICA DE LA REDENCIÓN.
¿Acaso no fue liberadora toda la vida de Jesús? ¿No mostró él qué es la redención, en su forma de vivir, en el modo de comportarse ante las más variadas situaciones y en la manera de afrontar la muerte?
El comienzo y el fin son considerados como magnitudes independientes. No se establece entre ellas la relación que representa la trayectoria histórica de Jesús de Nazaret.
La muerte de cruz no es una necesidad metafísica: es la consecuencia de un conflicto y el desenlace de una condena judicial y, por tanto, de la decisión y del ejercicio de la libertad humana.
Pero cabe preguntar: ¿qué relación hay entre la redención de Jesucristo y la liberación del pecado social, la liberación de las injusticias estructurales, la lucha contra el hambre y la miseria humana?
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El verdadero significado de la redención y la liberación de Jesucristo debemos buscarlo en la reflexión sobre el itinerario concreto que, paso a paso siguió Jesús en su actuación, en sus exigencias, en los conflictos que provocó, en su muerte y en su resurrección. La redención es fundamentalmente un proceso histórico que se verifica (se hace verdadero) en el choque con una situación. Día a día, Jesús comenzó ya a redimir con un comportamiento nuevo en un mundo confuso lleno de conflictos. El mundo que encontró exigía introducir un cambio hacia la divinidad.
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La encarnación implica la entrada de Dios en un mundo caracterizado religiosa y culturalmente, la transfiguración de ese mundo. Él no lo asumió pacíficamente, lo asumió críticamente purificándolo, exigiendo la conversión, el cambio, una nueva orientación y la liberación.
No queremos olvidar las implicaciones en el camino redentor de Cristo, que pueden formularse así: ¿por qué fue precisamente Jesús de Nazaret y no otro cualquiera quien consiguió liberar a los hombres? ¿Por qué sólo él fue capaz de vivir una vida tan perfecta y transparente, tan divina y humana que significó la redención y la vida verdadera buscada siempre por los hombres? Él (Jesús) logró todo eso no porque fuera un genio en materia de humanidad y religiosidad, ni como mero fruto de su esfuerzo, sino porque el mismo Dios estaba con él, Dios desarrolló una vida a su imagen y como Padre educó a su Hijo según su santidad. Estaba siendo preparado para liberar y reconciliar el mundo para Dios. Esta afirmación es verdadera, la historia que Jesús vivió, soportó, sufrió y superó, tal como describen los evangelios.
En esa vida, que incluye también la muerte y la resurrección, se manifestó la salvación y la redención: una serie de gestos y actos enmarcados en la unidad coherente de una existencia entregada por completo a los otros y a Dios.
EXPIACION, REDENCION Y SATISFACCION:
Estos tres modelos se apoyan sobre un pilar común: el pecado, contemplado en tres perspectivas diferentes. Este pecado, en lo que respecta a Dios, es una ofensa que exige reparación y satisfacción; en lo que respecta al hombre, reclama un castigo por la transgresión y exige un sacrificio expiatorio; en lo que afecta a la relación entre Dios y el hombre, significa la ruptura de esa relación y la caída del hombre bajo el dominio del pecado, lo cual exige una redención y rescate.
En las tres maneras de interpretar la salvación de Jesucristo, el hombre aparece incapaz de reparar su pecado. No puede satisfacer a la justicia divina ultrajada. Permanece en la injusticia.
¿JESÚS ENVIADO PARA MORIR POR EL HOMBRE?
Es entendido según la tradición que la liberación consiste precisamente en que Jesucristo sustituye al hombre y realiza lo que éste debería hacer y que no puede realizar por sí mismo de forma satisfactoria.
Según esta teología, la misericordia divina se manifiesta en que el Padre “envía” a su propio Hijo nacido de mujer para que, en lugar del hombre, satisfaga plenamente a la justicia de Dios ofendida, y así, libere al hombre.
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Como puede verse, aquí predomina una concepción jurídica y formal del pecado, la justicia y la relación entre Dios y el hombre.
Aquí se manifiestan los términos expiación, reparación, satisfacción, rescate, méritos a alcanzar, más que comunicar la gozosa novedad de la liberación de Jesucristo, la ocultan. Se elimina violentamente el elemento histórico de la vida de Jesús.
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La muerte no aparece como una consecuencia de su vida, sino como las decisiones de los hombres de su tiempo, del rechazo de los judíos, de la traición de Judas y de la condenación por parte de Pilato. ¿Puede Dios encontrar alegría y satisfacción en la violenta y sanguinaria muerte de cruz?
Habría podido redimirnos con el simple hecho de sufrir, derramar su sangre y morir en la cruz. No podemos ocultar las peligrosas limitaciones de este modo de interpretar el significado salvífico de Jesucristo.
¿Qué significa el carácter sustitutivo de la muerte de Jesús? ¿Puede alguien sustituir a un ser libre sin recibir de él una delegación? ¿Cómo hay que concebir la mediación de Jesucristo con respecto a los hombres que vivieron antes o después de él, y con respecto a los que nunca oyeron hablar del evangelio ni de la redención?
El sufrimiento, la pena y la muerte de un inocente, ¿eximen de culpa y de castigo al criminal que causó ese sufrimiento, esa pena y esa muerte? ¿Cómo se hace comprensible el carácter representativo universal de la obra de Cristo? ¿Qué experiencia nos permite comprender y aceptar mediante la fe la mediación salvadora y liberadora de Cristo para todos los hombres? Tales preguntas exigen una aclaración.
Antes de desmontar y analizar críticamente esas imágenes para mostrar sus aspectos caducados y su validez permanente, conviene aludir a su carácter simbólico y mítico.
Decir, por ejemplo, que la redención es el resultado de un rescate pagado a Dios por la ofensa hecha a él, etc., es una formas de hablar sobre realidades trascendentes que se dan en una esfera histórica.
Como acertadamente dice Paul Ricoeur, el mito conserva siempre su función simbólica, es decir, «su poder de descubrir y revelar los lazos del hombre con lo sagrado». Estos lazos deberán aparecer en nuestro análisis, pues de lo contrario perderíamos la ligazón con el pasado y su lenguaje.
3. EL MODELO DEL SACRIFICIO EXPIATORIO: MUERTO POR EL PECADO DE SU PUEBLO.
Siguiendo la carta a los Hebreos, la tradición interpretó la muerte de Cristo como un sacrificio expiatorio por nuestras iniquidades.
«Aunque no había cometido crímenes ni hubo engaño en su boca» (Is 53,9), Jesús «fue castigado por nuestros crímenes> (ls 53,9) y «muerto por el pecado de su pueblo» (Is 53,8), y «entregó su vida como sacrificio expiatorio» (ls 53,10).
El modelo está tomado de la experiencia ritual y cultural de los sacrificios de los templos. Con los sacrificios, los hombres creían que, además de honrar a Dios, aplacaban su ira provocada por la maldad humana. Así, Dios volvía a ser bueno y amable.
De esta forma según la iglesia católica, Jesús es el sacrificio según el modelo ritual de sacrificio animal para apaciguar a Dios.
Dice el catolicismo:
La encarnación de Dios-hombre hizo posible un sacrificio perfecto e inmaculado que pudiera complacer plenamente a Dios. Jesús aceptó Libremente ser sacrificado representando a todos los hombres ante Dios para conquistar el perdón divino total. En cierto modo, la ira divina se desahogó y aplacó plenamente con la muerte violenta de Jesús en la cruz. Jesús soportó todo como expiación y castigo por el pecado del mundo.
Pero ningún sacrificio humano conseguía por sí mismo apaciguar definitivamente la ira divina.
a) SUS LIMITACIONES.
Mientras hubo una base sociológica para los sacrificios cruentos y expiatorios, como en la cultura romana y judía, este modelo fue perfectamente comprensible. Al desaparecer tal experiencia, el modelo comenzó a resultar problemático, y hubo que comenzar a desmontarlo y reinterpretarlo.
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Jesús, situándose en la tradición profética, no pone el acento en los sacrificios y holocaustos (cf. Mc 7,7; 12,33; Heb 10,5-8), sino en la bondad y la misericordia, en la justicia y la humildad. Dios no quiere las cosas del hombre, sino simplemente al hombre: quiere su corazón y su amor.
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El aspecto vindicativo y cruento del sacrificio no se compagina con la imagen de Dios Padre que Jesucristo nos reveló. Dios no es un Dios airado, sino alguien que ama a los malos e ingratos.
Lc 6,25 Es amor y perdón. No espera los sacrificios para otorgar su perdón.
El auténtico sacrificio consiste en abrirse a Dios y entregarse a él filialmente. Cada hombre es sacrificio en la medida que se entrega y acepta la finitud de la existencia, se sacrifica, se desgasta y empeña su ser, su tiempo y sus energías en la búsqueda de una vida más liberada para el otro y para Dios.
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Cada uno es sacrificio en la medida en que acoge la muerte dentro de su vida. La muerte es la misma estructura de la existencia, que es mortal y que, por eso, en la medida en que vive, va muriendo lentamente hasta acabar de morir y de vivir. Acoger la muerte dentro de la vida es aceptar la caducidad de la existencia, no como una fatalidad biológica, sino como una oportunidad de dar libremente la vida que nos va siendo arrancada.
Yo debo evitar que se me esfume la vida por el desgaste biológico. Tomo mi libertad para entregarla hasta el límite infranqueable, puedo entregarla y consagrarla a Dios y a los otros.
Sin esta actitud interior de conversión el sacrificio exterior es algo vacío.
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El último instante de la vida mortal no hace más que completar y formalizar la estructura (los hechos) que marcó toda la historia personal: me transporta al Otro como expresión de amor consciente. Esa actitud constituye el verdadero sacrificio cristiano, como dice Pablo:
«Por la misericordia de Dios, os ruego, hermanos, que ofrezcáis vuestros cuerpos (expresión hebrea para designar la vida) como sacrificio vivo, santo y agradable a Dios, como vuestro culto espiritual» (acorde con la nueva realidad del Espíritu traída por Cristo. Romanos 12.1
b) SU VALORPERMANENTE.
La idea de sacrificio está profundamente enraizada en la existencia humana. Sacrificio, como aún se dice en el lenguaje popular, es la donación costosa y difícil de sí mismo.
«Generalmente, el mal, el sufrimiento, el pecado, la inercia, muchos de los elementos que nos rodean (económicos, sociales, culturales, políticos) tienden a sofocar el brote de vida cuyas infinitas potencialidades percibimos.
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Por el sacrificio, cambiamos el paso de la vida en nosotros y en el mundo. Mantenemos su tensión. Este sacrificio es la expresión del amor». Lo trágico del sacrificio fue que se identificó con los gestos y los objetos sacrificiales, los cuales dejaron de ser expresión de la conversión profunda del hombre a Dios.
Esta conversión es la que constituye el verdadero sacrificio, en cuanto una entrega incondicional a Dios, que se exterioriza en nuestra nueva forma de vivir y en los cambios ofrecidos.
Sin esta actitud interior de conversión el sacrificio exterior es algo vacío.
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SACRIFICIO SACRIFICIAL .
La vida humana posee bienestar, felicidad pero también una estructura sacrificial. En otras palabras: está estructurado de tal forma que sólo es verdaderamente humana cuando se abre a todos, se auto-entrega, muere en sí misma para provecho propio y se realiza en el otro. No se puede vivir felizmente viendo el sufrimiento en los otros. Únicamente cuando se da esta entrega puede salvar el sacrificio. Juan lo dice magistralmente:
«Quien tiene apego a la propia existencia, la pierde; quien se entrega, se conserva para la vida eterna» (Juan 12.24-25).
¿Cómo puede uno sentirse feliz cuando en otro lugar existe la guerra, muerte, miseria, hambre, dolor y un abandono total hacia los demás.? Cuando se ignoran los uno a los otros. Cuando decimos que eso no va con nosotros.
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Dios reclama siempre ese sacrificio, no porque lo exija su justicia ni porque él deba ser aplacado, sino porque lo necesita el propio hombre, que sólo puede vivir y subsistir humanamente entregándose al Otro y despojándose de sí mismo para dejarse llenar de la gracia de Dios. En este sentido, Cristo fue el sacrificio por excelencia, pues realizó de forma radical el «ser para los otros».
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No sólo fue sacrificio su muerte, fué consecuencia de los momentos de toda su vida, ya que toda ella fue entrega. Si consideramos únicamente el aspecto cruento de su muerte, a la manera de los sacrificios antiguos, perdemos de vista el auténtico sacrificio de Cristo hacia los demás.
No se puede ser feliz ignorando a los que padecen sufrimiento, esto destruiría nuestra felicidad y salud si somos hechos a semejanza de Dios.
El habría sido sacrificio aunque no hubiera sido inmolado ni hubiera derramado su sangre. El sacrificio no consiste en dejarse matar para liberar a otros, sino en la entrega total de la vida y la muerte.
Esta entrega puede adoptar históricamente el aspecto de muerte violenta y derramamiento de sangre. Pero no es la sangre «en sí» ni la muerte violenta «en sí» lo que construye el sacrificio. Ambas son manifestación y plasmación del sacrificio interior en cuanto proyecto de vivir dejándose guiar por Dios, y sometiéndose incondicionalmente a Él.
La salvación es salir totalmente de sí mismo y abandonarse radicalmente a Dios, su justicia hasta el punto de ser uno con él. Jesucristo cumplió todo eso e invita a los hombres, con los que es solidario a hacer lo mismo. En la medida en que lo hacemos, nos salvamos.
4. EL MODELO DE LA REDENCIÓN Y EL RESCATE.
Esta forma de concebir la salvación de Jesucristo está relacionada con la antigua esclavitud. Se pagaba un determinado precio para librar al esclavo: era el rescate. Así quedaba redimido (redimir proviene de los términos latinos emere, comprar, y redimere, comprar y liberar mediante un precio) el esclavo.
Nos hemos alejado de Dios, hemos cometido grandes ofensas despreciando su Ley y a todos sus hijos (la humanidad). Hemos elegido nuestra propia destrucción, la muerte. Hemos perdido la buena dirección de nuestra vida y nos hallamos hundidos en el fango.
Algunas iglesias dicen que Cristo, su muerte, fue el precio que Dios exigió y que fue pagado para rescatar a los hombres prisioneros de Satán. Pero ¿puede salvar de toda culpa incluso la vida, la muerte de un inocente? Si no se restaura la causa que ha motivado la muerte, éste carece de valor.
Estábamos tan sometidos al dominio de lo demoníaco y del cautiverio que no podíamos librarnos por nosotros mismos.
Para la Biblia, que refleja una cultura nomádica, la redención consiste también en la liberación del hombre de la falta de agua y de pastos. Significa el éxodo de una situación de carencia a otra de abundancia. Para el pueblo de Israel, que tenía también la experiencia de un verdadero cautiverio en Egipto, la redención es asimismo la salida liberadora de una situación de esclavitud a otra de libertad. La redención está ligada al paso de un lugar a otro.
La redención es peregrinar a través de la historia en un proceso permanente de superación y liberación de los mecanismos de opresión que acompañan siempre a la vida. En esta perspectiva, Cristo aparece como el que ya ha llegado al término y, por tanto, se ha liberado de todo el peso del pasado. De esta forma es el redentor del mundo.
a) SUS LIMITACIONES.
El modelo del cautiverio y del rescate quiere revelar la gravedad de la perdición humana. No éramos dueños de nosotros mismos, sino que estábamos dominados por algo que no nos dejaba existir auténticamente. Las limitaciones de este modelo radican en que en la redención y en el precio pagado por ella intervienen sólo Dios y el demonio (opositor). El hombre es un espectador interesado, pero no un participante.
El hombre necesita combatir y ofrecer su propia vida. No nos sentimos manipulados por Dios ni por el demonio (opositores), porque advertimos que conservamos nuestra libertad y el sentido definitivo de nuestras decisiones. Pero vivimos la experiencia de una libertad cautiva y de unas opciones ambiguas.
b) SU VALOR PETMANENTE.
El rescate debe poser un valor permanente. El hombre no tiene, ni siquiera en el ámbito cristiano, la experiencia de una liberación total. La liberación se realiza en el marco de una profunda percepción del cautiverio en que se encuentra la humanidad.
Nos sentimos constantemente esclavizados por sistemas opresivos, sociales o religiosos. Estos sistemas no son algo impersonal: se encarnan en personas civiles y religiosas, generalmente llenas de buena voluntad, pero demasiado ingenuas para percibir que el mal se halla en el mismo corazón del sistema y no fuera de él, encuentra apoyo y estímulo en ciertas ideologías que intentan hacer plausible y razonable la iniquidad inherente al sistema, y le sirven de soporte los ideales propuestos por todos los medios de comunicación.
Cristo nos liberó realmente de este cautiverio; a partir de una nueva experiencia de Dios y de una nueva praxis humana, se mostró un hombre libre, liberado y liberador.
Con su vida y muerte violenta sufrió y pagó el precio de esta libertad que reclamó para sí en nombre de Dios. Nunca se dejó dominar por el statu quo social y religioso, alienador y alienante. Pero tampoco fue un reaccionario que orientara su acción como re-acción contra el mundo que lo rodeaba. Actuó a partir de una nueva experiencia de Dios y de los hombres.
Su acción provocó en el judaísmo oficial una reacción que lo llevó a la muerte. Cristo soportó con hombría y fidelidad, sin compromisos ni tergiversaciones, una muerte que no buscó, sino que le fue impuesta. Tal actitud conserva hoy un valor provocativo indiscutible. Puede despertar la conciencia adormecida y lleva a reiniciar el proceso de liberación contra todos los conformismos y contra el cinismo que los regímenes de esclavitud social y religiosa parecen provocar. Cristo no dijo «yo soy el orden establecido y la tradición», sino «yo soy la verdad». En nombre de esta verdad supo morir y liberar a los hombres para que dejaran de temer a la muerte, puesto que él la había vencido en la resurrección.
5. GRACIAS A SUS PADECIMIENTOS HEMOS SIDO SANADO.
El hombre trata de encontrar el modo de satisfacer la cólera de Dios. Deduce el siguiente argumento:
¿Por qué se hizo Dios hombre?. La preocupación de san Anselmo, en el que se advierte una fuerte tendencia al racionalismo, latente en toda la Escolástica, se centra en encontrar una razón necesaria que permita justificar la encarnación de Dios de forma aceptable para un infiel.
Su argumentación es la siguiente:
Dios se encuentra enfadado, no airado. Éste pensamiento católico se aparta del interés de Dios hacia el hombre. El cambio hacia Dios y sus mandamientos es el auténtico sacrificio.
(Teoría de Anselmo sobre el sacrificio de Dios).
Por el pecado, el hombre viola el recto orden de la creación y ofende a Dios, autor de este orden universal. La justicia divina exige que tal orden sea restablecido y reparado, para lo cual se necesita una satisfacción condigna. La ofensa es infinita porque afecta a Dios, que es infinito. Por tanto, también la satisfacción debe ser infinita; pero el hombre finito no puede reparar infinitamente. Su situación es desesperada.
Anselmo descubre una salida absolutamente racional: el hombre debe a Dios una satisfacción infinita. Sólo Dios puede realizar una satisfacción infinita. Por tanto, es necesario que Dios se haga hombre para poder reparar infinitamente. El Hombre-Dios realiza lo que debía hacer la humanidad: la reparación; el Dios-Hombre presta lo que falta a la reparación humana: su carácter de infinitud.
En el Hombre-Dios, por tanto, se da la reparación (hombre) condignamente infinita (Dios). La encarnación es necesaria por una lógica irrefutable.
Sigue su teoría: Sin embargo, lo que realmente repara la ofensa no es la encarnación y la muerte de Cristo. Estas no son más que los presupuestos que posibilitan la verdadera reparación condigna en la muerte cruenta de la cruz. La cruz expía, repara la ofensa y restablece el recto orden del universo. Dios, llega a decir Anselmo, encuentra hermosa la muerte de cruz porque a través de ella se aplaca su justicia
a) SUS LIMITACIONES.
Esta forma de concebir la liberación de Jesucristo refleja con gran claridad el substrato sociológico de una determinada época.
El Dios de san Anselmo tiene muy poco que ver con el Dios Padre de Jesucristo. Encarna la figura de un señor feudal absoluto, dueño de la vida y de la muerte de sus vasallos. Aparece con los rasgos de un juez cruel y sanguinario empeñado en cobrar, hasta el último céntimo, las deudas relativas a la justicia. En tiempos de Anselmo imperaba en este campo una crueldad feroz. Tal contexto sociológico se reflejó en el texto teológico de san Anselmo y contribuyó, desgraciadamente, a elaborar la imagen de un Dios cruel, sanguinario y vengativo, presente todavía en la mente de muchas personas piadosas, pero torturadas y esclavizadas.
Se impone al propio Dios un atroz mecanismo de violación-reparación que le prescribe lo que debe hacer necesariamente. ¿Es ése el Dios que la experiencia de Jesús nos enseña a amar confiadamente? ¿Es ése el Dios del hijo pródigo, que sabe perdonar? ¿El de la oveja perdida, que deja las noventa y nueve en el aprisco y sale a buscar la que se había marchado?
Si Dios encuentra hermosa la muerte, ¿por qué prohibió matar? (Ex 20.13; Gn 9.6). ¿Cómo puede estar airado el Dios que prohíbe hasta airarse? (Mateo 5.21).
b) SU VALOR PETMANENTE.
San Anselmo sistematiza, en un lenguaje jurídico, una de las líneas de la idea de satisfacción, dentro siempre de su entorno cultural, marcado por el feudalismo. Pero descuidó la dimensión ontológica, que, debidamente desarrollada, resulta adecuada para traducir la salvación alcanzada por Jesucristo. Este nivel ontológico aparece cuando preguntamos en qué consiste fundamentalmente la salvación humana. En síntesis podemos responder: en que el hombre sea cada vez más él mismo. Si consigue esto, el ser humano se realizará plenamente y se salvará.
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Aquí comienza el drama de la existencia: el hombre se siente incapaz de encontrar su plena identidad, se siente perdido; está en deuda consigo mismo; no satisface las exigencias que experimenta en su interior; se sabe no «satisfecho» (no hecho suficiente), y su postura no es satisfactoria.
¿Cómo debe ser el hombre para ser totalmente él mismo y, por tanto, para estar salvado y redimido? Debe poder actualizarse. Su drama histórico consiste en estar cerrado sobre sí mismo. Por eso vive en una condición humana decadente, llamada pecado. Cristo fue aquel a quien Dios concedió abrirse a lo Absoluto de forma que pudiera identificarse con él. Estaba abierto a todos y a todo. No tenía pecado, por eso Dios pudo ser también completamente transparente en él (Juan 14,20).
Era la imagen de Dios invisible en forma corporal (Col 1.15; 2ª Corintios 4.4).
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JESÚS EL -UNICO HOMBRE-.
Jesucristo no es el salvador de todos los hombres por puro voluntarismo divino, es decir, simplemente porque Dios lo quiso así. Hay una razón más honda, que puede ser objeto de experiencia y control.
Todos debemos experimentar la profunda solidaridad que debe existir entre todos los hombres. Nadie está solo. La unidad de la humanidad sólo se explica adecuadamente en la solidaridad universal de origen y de destino. Todos debemos ser solidarios en la convivencia del mismo cosmos material: solidarios en el mismo proceso biológico. Todos compartimos la misma historia humana de éxitos y de fracasos de amor y de odio, de divisiones violentas y de anhelo de fraternidad universal, la historia de nuestras relaciones dirigida con una realidad trascendente hacia Dios.
Gracias a esta radical solidaridad todos somos responsables de la salvación y la perdición de los demás.
«El mandamiento del amor al prójimo no se nos ha dado para que, en la esfera social y en la privada, nos soportemos y llevemos una vida más agradable, sino que proclama la obligación de que cada uno se preocupe de la salvación de los otros y de la posibilidad de tal salvación».
Al venir al mundo nos ligamos solidariamente a la situación que encontramos. Tal situación penetra hasta lo más íntimo de nuestro ser; participamos de su pecado y de su gracia, del espíritu del tiempo, de sus problemas y anhelos. Y si la situación influye en nosotros y nos marca, también nosotros influimos y contribuimos a crear el mundo circundante, no sólo en el plano de las relaciones humanas y en el de la cultura, sino también con nuestra postura ante Dios.
Lo específico de ser del hombre-espíritu, a diferencia del hombre mundano, consiste en ser de todos, porque la relación mediante el conocimiento y el amor, establece una comunión hacia lo conocido. Nadie puede sustituir a nadie, porque el hombre no es algo intercambiable, sino una singularidad personal, única e irrepetible, histórica y libre; pero sí es posible, en razón de la solidaridad universal, ponerse al servicio del otro, unir el propio destino al destino de los demás y participar en el drama de la existencia de todos. Por eso, cuando uno se eleva, eleva solidariamente a todos. Pero también somos siempre solidarios con los criminales y los malhechores de todos los siglos, que han corrompido y contaminado la atmósfera salvífica humana.
Jesucristo y su acción liberadora se situó dentro de la solidaridad universal, (Mateo1.1-17),
(Lucas 3,23-38) y de la historia íntima de Dios (Juan 1.1-14).
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En la concreción de su trayectoria personal, Jesús de Nazaret pudo, acoger a Dios y ser acogido por él de forma que ambos constituyeron una unidad sin confusión y sin distinción, una unidad que se realizó en la vida diaria del artesano de Nazaret, y profeta ambulante de Galilea, en el mensaje que proclamó, en las polémicas que provocó, en el conflicto mortal que soportó, en la cruz y en la resurrección. En ese itinerario histórico del judío Jesús de Nazaret se dio la máxima autocomunicación y revelación de Dios al hombre. Ese punto culminante de la historia humana representa el punto de llegada del proceso humano orientado hacia Dios. En él se realizó la unidad entre Dios y el hombre sin que ninguna de las partes perdiera su identidad. Llega la plenitud de la salvación y la liberación del hombre.
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Jesús, en el camino de su vida, nos animó a luchar por salir de todos los apegos que nos esclaviza y están motivando toda suerte de servidumbres.