EL DIABLO INTERIOR (Relato católico).

Carlos J. Novoa M., S.J.

Profesor y sacerdote católico de teologfa moral, Facultad de Teología, Universidad Javeriana, Santafé de Bogotá.

IDENTIFICANDO AL DIABLO.

      El demonio y su actividad en medio de nosotros, es objeto de conversación y continua preocupación hoy por hoy. Con el ánimo de dar un aporte estructurado y fundamentado desde el punto de vista teológico, se desarrolla este artículo sobre la realidad del diablo y su presencia en la humanidad.

     Existen muchas visiones sobre el demonio desde tiempos remotos, de una u otra manera intentaremos llegar a la realidad de Satán. Se dan muchas posturas pero ahora sólo me voy a circunscribir a la visión bíblica. Ver cuál es la visión de la Palabra de Dios acerca de Lucifer y, dentro de esa visión, de lo que sería hoy el diablo, desde la teología y sus implicaciones para la vida de la comunidad humana.

     Empiezo diciendo que el demonio existe. El problema está en saber qué es y cómo se manifiesta. Al ubicarnos en la experiencia bíblica, en la vivencia de Dios, del pueblo de Israel y de la comunidad cristiana primitiva, que es la que se expresa en el Antiguo y Nuevo Testamento, encontramos diferentes denominaciones del demonio. Se habla de diablo, Satanás, Lucifer, espíritu del mal, espíritu de las tinieblas, que son denominaciones de una misma realidad.
Sin embargo, antes de entrar a hablar de esa realidad, debemos retomar la intención de los textos de la Sagrada Escritura y el estilo de lenguaje que tiene la Biblia, ya que de los relatos de la Palabra de Dios nos separan 2000 y 4000 años de historia y de cultura. Por consiguiente, se trata de una mentalidad absolutamente diferente a la nuestra.

     Si queremos comprender con certeza qué se dice en los escritos bíblicos, no podemos leerlos desde nuestra mentalidad. Tenemos que tratar de ubicarnos en esa mentalidad. Tenemos que empezar diciendo cómo en el cotidiano humano se pueden constatar muchos tipos de verdad. No nos vamos a referir aquí a todos los modelos de verdad.

Es importante referimos a dos formas de verdad: hay una verdad que podemos denominar la verdad simbólica y otra que podemos llamar la verdad empírico-analitica. La verdad empírico analítica es la de las ciencias exactas, Pero los humanos no sólo somos de este tipo de verdad, también formamos parte de la verdad simbólica.

     En La Biblia encontramos mucha verdad simbólica y, por lo tanto, tenemos que leer sus certezas como aseveraciones simbólicas. La Sagrada Escritura nunca pretendió ser un libro científico empírico analítico. La palabra de Dios es un texto que comunica una experiencia.

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     El pueblo de Israel y la comunidad cristiana primitiva experimentan en su historia personal y social un camino de plenitud y para comunicarlo utiIizan esa forma de hablar, típica de los orientales, que es la saga y la parábola. Un oriental quiere comunicar algo y crea un cuento. Un occidental desea expresarse y estructura un discurso conceptual. Son dos maneras de acceder a la realidad. Con frecuencia leemos la Biblia con la mentalidad occidental y hacemos análisis científico empírico analíticos y encontrar afirmaciones de este tipo. Sin embargo, los asertos bíblicos son expresiones simbólicas que necesitan ser interpretadas a la luz de su contexto.
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     Retomando el tema del demonio, en el contexto bíblico, palabras como diablo, Satanás, Lucifer, espíritu de las tinieblas, demonio, significan el contradictor, el que se opone al bien y a Dios.

     En la Sagrada Escritura se encuentran relatos personificados del diablo. Realmente lo que se está haciendo es expresar una experiencia que tiene la comunidad cristiana primitiva y el pueblo de Israel. Es la experiencia del mal. El mal es una palabra que irrita ciertas sensibilidades porque, dolorosamente, muchas veces se ha hecho una hermenéutica dañina de la realidad del mal. Se han hecho lecturas muy erráticas desde interpretaciones equívocas del mal. Yo comprendo que uno habla del mal y hay gente que se eriza. Comprendo esa susceptibilidad, pero prescindir del mal trae funestas consecuencias para la persona y la sociedad.

     En 1995 la comunidad humana celebró una fecha dolorosa y lamentable, pero había que celebrarla por el futuro feliz de la humanidad. Se trata de las bodas de oro de la liberación del campo de Auschwitz. Esto nos lleva al holocausto judío: ¡seis millones de personas fríamente asesinadas! si esto no es el mal, entonces ¿qué es el mal? No obstante, el problema del mal es complejo. Insisto en que se han hecho lecturas desviadas sobre esta problemática, pero de aquí a sostener que el bien y el mal son lo mismo, que no nos preocupemos del mal, o que para qué hablar de este último. Creo que son posturas con graves implicaciones negativas.

     No podemos negar las atrocidades que están sucediendo en el mundo, incluso aquí en Colombia, sólo el año pasado fueron asesinadas 35.000 personas en nuestro país; según el PNUD (el programa de las Naciones Unidas para el desarrollo humano), y la CEPAL (la comisión económica para América Latina de la ONU), organismos dignos de todo crédito, en sus últimos informes señalan cómo más de la mitad de los colombianos viven en condiciones infrahumanas, es decir que más de quince millones de compatriotas nuestros se hallan en esta dolorosa situación. El problema del mal existe. Acepto que no es fácil cuando se entra en detalle. No obstante, prescindir de él es muy delicado.

     Continuemos con el significado de Satanás. Decíamos que el espíritu de las tinieblas es la expresión de la realidad del mal. Desde la experiencia bíblica, los que comulgamos con ella, tenemos una vivencia radical. Esta vivencia consiste en que percibimos)’ constatamos que toda persona está atravesada por dos pulsiones que la constituyen: la pulsión de lo que podríamos llamar la alteridad y la pulsión del egocentrismo.
Empecemos por analizar la pulsión del egocentrismo. ¡Qué hacemos!, uno posee el gozo de imponerle al otro su punto de vista, también de acumular grandes cantidades de dinero para derrocharlo en lo que le da la gana, cuando al mismo tiempo existen en la tierra tres mil millones de personas que no tienen lo necesario para vivir dignamente.

A éste propósito, algunos dicen: » es que así son las leyes de la economía, no las podemos cambiar». Pero todo es construcción de los hombres. Si lo queremos cambiar, lo cambiamos. Todo es fruto de la construcción de las personas. Este es el egocentrismo.

     La humanidad debe construir un nuevo modelo económico mundial, que permita la superación de las injustas y altas tasas ascendentes de pobreza que imperan en la humanidad. En el mismo sentido se ha manifestado Juan Pablo II en sus encíclicas «El Evangelio de la vida» (de reciente publicación), y » La solicitud social», donde califica de «perversas» y » pecaminosas» las actuales estructuras económicas vigentes que tienen como eje la acumulación de riqueza en pocas manos, y no el desarrollo integral de toda persona y del conjunto de los pueblos.

     Este egocentrismo, en la tradición cristiana se nombra con una palabra, que también irrita: el pecado. Se han elaborado algunas interpretaciones equivocadas del pecado. Estamos aquí buscando proponer alternativas válidas a este propósito. Sin embargo, no prescindamos del mal ni del pecado, de lo contrario nos veremos abocados a estados indeseables. Aboguemos, más bien, por un análisis fino y ponderado de esas realidades.

     ¿Pero, qué es el pecado?, ¿tiene el pecado una relación directa con el demonio? El pecado es el egocentrismo. La palabra pecado viene del latín peccatum, que significa cometer una falta, faltar. Entonces, el pecado es la falta de amor, de solidaridad, de alteridad. Aquí llegamos a la otra pulsión: la alteridad. Alteridad es una categoría teológica que reivindica mucho la teología católica contemporánea. Viene del latín alterque significa «otro». Los primeros cristianos, el pueblo hebreo y todos los que comulgamos con esta tradición, experimentamos que hay una pulsión en nosotros que nos trae verdadera plenitud: la de salir al otro, gratuitamente, desinteresadamente y, al mismo tiempo, dejarnos llevar por él, invadirlo, en relaciones desinteresadas. La alteridad es el amor, es la experiencia de salir al otro gratuitamente y dejarnos invadir por él.

     En la tradición bíblica están reflejadas estas dos pulsiones, y ya que impactan tanto, por sus beneficios y maleficios, fue necesario describirlas para comunicarlas a la posteridad. ¿Y cómo le vamos a transmitir a las generaciones venideras que debemos cultivar la alteridad, es decir, a Dios?

     La teología contemporánea da una profunda definición de lo que es Dios. ¿Quién es Dios?: el absolutamente otro, la alteridad es Dios. Sin embargo, cuando empezamos a hablar de alteridad y de egocentrismo, de pronto nos encontramos hablando de algo desconocido y por esto debemos hacerlas comprensibles. Para ello se hacen sagas, relatos en los que esas pulsiones se personifican. Hablamos del tentador, del espíritu del mal. en la experiencia bíblica el acontecimiento del demonio acaece desde lo más hondo de nosotros mismos.

     Es cómodo decir que el mal del mundo no es responsabilidad de nosotros, sino que es del diablo, un señor por allá, o que es castigo de Dios, como le da por decir a algunos, olvidándose de que Dios, por lo menos el Dios de la tradición bíblica y, sin lugar a dudas, el Dios de otras tradiciones religiosas, es misericordia infinita. Y si es misericordia infinita, Dios no castiga, nunca castiga. De otro lado, es cierto que a veces hay afirmaciones de la Sagrada Escritura que hablan del castigo de Dios, una figura simbólica para expresar las consecuencias que trae la práctica del egocentrismo.

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     Insisto, Dios no castiga. Dios está lleno de misericordia. Los que nos castigamos somos nosotros mismos. Entonces es ahí cuando nos preguntamos qué es el infierno. El infierno se presenta como el lugar de los demonios de tridente y rabo. No, no, el infierno lo construimos nosotros mismos. Nosotros somos los que construimos el infierno dejándonos llevar por el egocentrismo, anulando las pulsiones de solidaridad y alteridad que hay dentro de nosotros mismos. Ese es el infierno. Somos nosotros mismos. ¡Es que el egoísmo humano existe!, y esto hay que decirlo, no para plantear una visión maniquea, sino para asumir nuestras responsabilidades y dejarnos llevar por esa fuerza maravillosa que es la infinita misericordia de Dios. Y ¿quién es Dios? Dios no es otra cosa que la fuerza del amor que nos penetra a todos y que al mismo tiempo nos desborda en su carácter infinito y misterioso, al cual podemos referirnos ahora.
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     Lucifer y Dios, dos fuerzas que debemos conocer conscientemente. Si soy inconsciente, estoy dirigido por esas dos fuerzas, además creo que el espíritu de las tinieblas es más atractivo ya que no requiere un esfuerzo tan grande. En efecto, un buen ejemplo del diablo es la sociedad de consumo. Es un ejemplo clarísimo. La sociedad de consumo es el egocentrismo por definición. Ella se caracteriza por su sed de dinero, poder, prestigio. Este es el discurso de Satán. Sin lugar a dudas se trata de realizar un proceso espiritual para conocer la dinámica de las fuerzas divinas y diabólicas, y, llegados a este punto, creo que debo formular un planteamiento muy importante.

     Desde esta perspectiva, la vida humana consiste en ubicarnos en un camino para conocernos, para aprehender la lógica de esas pulsiones, su dinamismo. En la tradición espiritual de todos los pueblos, existen caminos para llegar a esta ubicación. En la tradición católica también. Como teólogo y sacerdote que soy, me dedico a una disciplina que nos ayuda a conocer toda esta dinámica del bien y el mal, en un sentido vital, pasional. Se trata de los ejercicios espirituales de San Ignacio de Loyola.

     San Ignacio de Loyola antes de su conversión era un pendenciero, un mujeriego y un peleador. Vivió todos los excesos del egocentrismo, asumiendo su dinámica y su falsedad hasta el fondo. Cuando se convirtió, comenzó a hacer toda una serie de introspecciones. Aprendió, captó cuál era la dinámica del bien y del mal, es decir, cuál era la lógica de la alteridad y del egocentrismo. Y escribió todo esto como un proceso de conocimiento interior, que es lo que conforma la práctica de los ejercicios espirituales.
San Ignacio tiene una denominación muy acertada del demonio, habla de la cola serpentina, del enemigo de naturaleza humana. Fijémonos qué plástico es San Ignacio, porque el mal es muy sutil. Cuando uno ve una serpiente, casi que solo le ve la cola, y es de una versatilidad y una agilidad impresionantes. Ese es el mal. El mal es tremendamente versátil, tremendamente sutil, y utiliza una cantidad de argucias y de mecanismos de defensa impresionantes. San Ignacio ya nos hizo el favor de sistematizar la manera de como el mal actúa.

      «Hay que encontrar a Dios en todas las cosas». Esto expresar que el Omnipotente está en todo. Y así como poner fuera a Satanás es cómodo, poner al Todopoderoso fuera también es cómodo, puesto que cuando Dios está dentro, significa que nos tenemos que abrir a Él. Hay mucha gente convencida que para buscar al Creador sólo hay que ir al Santuario, la gente con frecuencia está buscando a Dios exclusivamente en los santuarios y no se da cuenta que el Altísimo está alIado: Dios está en ti y en mí. Jesús nos dice en el Evangelio: » todo lo que hicieron con una de estas personas más pequeñas, conmigo mismo lo hicieron». Dios es amor.

     Algunos se preguntan, ¿Dios es amor en qué sentido?, ¿como una especie de renuncia de sí mismo? Prefiero hablar de entrega. Obviamente toda entrega tiene una renuncia, pero es una renuncia placentera. Es una renuncia interpersonal. Si yo amo a otra persona, sólo puedo relacionarme con ella en la medida en que la admita como es. Esa es la tarea de la vida. No es nada fácil. Sin embargo, es la condición de plenitud de la alteridad, puesto que no podemos esperar ser admitidos como somos, si no admito al otro como es.

     En cierto sentido se trata de una suerte de perdón. Admitir al otro equivaldría a perdonarlo y perdonarme a mi mismo. El perdón es moverse en la dinámica del amor y es superar la dinámica del diablo. El perdón supone un fino conocimiento de la interioridad humana. El perdón es ser conscientes de que todos hemos hecho daño. Y como todos hemos hecho daño en mayor o menor medida, no tenemos por qué pararnos y decir: «yo no perdono a nadie». Un bello ejemplo del perdón es el relato de la mujer adúltera, que todos conocemos, el cual encontramos en el evangelio de San Juan.

     El perdón es misericordia, es ser indulgentes con nosotros mismos. Es reconocer mi realidad. Es un gesto de amor bellísimo. Quien no perdona no se perdona a sí mismo. Perdonar es tomar conciencia de lo que somos: somos incoherentes, hemos hecho daño a otras personas y, por lo tanto, tenemos que ser comprendidos en nuestra debilidad, en nuestro error. El error no puede ser un motivo para que se nos aniquile. El profundo sentido de la palabra misericordia, del latín miserus-cor (literalmente mísero-corazón), consiste en que yo debo asumir en mi corazón la miseria, el dolor y el pecado del otro, también presentes en mí (¡no lo olvidemos!). El corazón en la tradición bíblica es la sede de las pulsiones del demonio. Por esto el corazón también está atravesado por Satanás, por la pulsión del egocentrismo.

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     Pero, ¿cuando está el diablo dentro de mí?, ¿qué manifestaciones tiene el demonio en el corazón humano? Éstas manifestaciones las constituyen el egoísmo, la sed de dinero, la sed de poder, la insensibilidad frente al hermano, la intransigencia, la prepotencia, la soberbia, el creernos más que los demás, el creer que nadie tiene nada que decirnos, el creer que todos tienen que callarse cuando hablamos. Dejarnos llevar por estas expresiones genera la frustración de personas y comunidades humanas: resentimientos, odios, injusticias, violencias. Esta situación conforma el infierno en la experiencia cristiana, el cual ya comienza en esta tierra. Lo contrario es convertirnos de estas tendencias infernales, egocéntricas, a las tendencias del perdón, la misericordia, la alteridad, a Dios mismo; se trata de abrimos a su fuerza vivificante que produce seres humanos y sociedades en paz, justicia, fraternidad. Este estadio de plenitud los creyentes lo denominamos cielo el cual también comienza aquí en el espacio tiempo.
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     Nuestro cielo cristiano, es decir, el cielo que Jesús promete, es un ámbito en el que los ciegos ven, los cojos andan, los oprimidos son liberados. Y Jesús no sólo lo promete sino que lo hace realidad en su persona. ¿Qué es el cielo?: la realización total de la alteridad. Comienza aquí y termina en la plenitud de este mundo. Ahí nos encontramos con una dimensión de la vida muy linda, que es el misterio. Uno es un misterio, el otro es un misterio. La palabra misterio viene del latín mysterium. que significa literalmente lo que se me escapa, lo que yo no puedo comprender racionalmente. Es una realidad tan grande, tan insondable que no la puedo meter en un discurso conceptual y qué lindo experimentar que el otro es un misterio, que cada persona es un misterio. Es una realidad tan grande, tan profunda, tan rica que no la podemos encajonar.

     Dios es misterio. Y por eso la alteridad es gratuidad, gracia, don. Esto es muy importante. Mientras la dinámica Satánica es la del interés, la utiIidad, el usufructo egoísta; la dinámica de la alteridad es la de la gratuidad. La gratuidad absoluta es el cielo. Desde la fe cristiana percibimos que el cielo, ese espacio de alteridad total, está en íntima relación con este mundo, desde ya lo estamos construyendo. Pero es una realidad tan grande la de esa plenitud que se me escapa. Y aquí funciona perfectamente lo que dice Pablo: el absoluto divino, el cielo, » es lo que ni ojo vio, ni oído oyó, ni palabra humana puede decir».

      Este camino del cielo, de la Alteridad que desde ya vamos construyendo con la gracia de Dios, se encuentra con el obstáculo de las tentaciones.

¿Qué son las tentaciones? Para comprenderlas mejor veámoslas desde Jesús, el hombre por excelencia para nosotros sus seguidores.

     El Hijo de Dios es la pesona que con hechos y palabras nos ha mostrado un camino de plenitud y por esto, también estuvo tentado, o sea, que el encanto del poder egoísta, de alguna manera en su interior, hizo temblar su opción radical por la alteridad. Este es el significado de las tentaciones de Cristo. Los relatos a este propósito son simplemente la expresión de la experiencia de sus seguidores. Ellos constataron que a Jesús, de cierta forma, el poder del diablo lo hizo dudar de la validez de su camino. Y lo meritorio del Hijo de Dios, es que habiendo tenido esa duda, se entregó total e incondicionalmente en brazos de Dios Padre. El camino de la salvación, el camino del cielo es el camino de Jesús, es asumir que estamos tentados, que estamos atravesados por esa pulsión y entonces no dejarnos llevar. Esto es la salvación divina.

     En este sentido es elocuente detenernos en el texto de la tentación de Jesús en Getsemaní, en vísperas de su asesinato. Los relatos de tentación de Jesús en el Evangelio son la expresión de las tentaciones que pasaron a lo largo de toda su vida. Son formulaciones simbólicas. La tentación del Monte de los Olivos, es decir, cuando se dio cuenta que lo estaban persiguiendo y que lo iban a matar, es sólo un ejemplo. Él se fue al huerto de Getsemaní a orar con sus amigos. Todos se quedaron durmiendo, Él se retiró y exclamó: «siento una profunda angustia y un gran dolor, tengo una tristeza de muerte»; y se alejó como a un tiro de piedra, cayó de rodillas, sudaba y le caían como gotas de sangre, y exclamaba: «Padre, si es posible aparta de mí esta copa, pero que no se haga mi voluntad sino la tuya».

Este relato de la oración en el huerto nos muestra que Jesús tuvo la tentación en momentos determinados de su vida de no llevar a cabo, hasta sus últimas consecuencias, la voluntad de su Padre.
Los estudiosos del evangelio señalan que detrás de esa duda se hallan varios factores, entre otros, lo que algunos califican la gran tentación de Jesús, a lo largo de su vida: el poder. Él, como era una persona que protegía a todo el mundo, curaba enfermos, compartía pan y acogía mujeres y niños que eran tratados como cosas, era un personaje y todo el mundo quería hacerlo rey. Pero Jesús, sabía que el problema de la humanidad no iba por la » politiquería» y que la solución no era ser » politiquero» sino luchar por un cambio muy profundo de cada persona. Y esa era su propuesta. Por eso la turba lo abandonó, porque la muchedumbre se sintió decepcionada, ya que lamentablemente la multitud es inconsciente y no quiere sino la dosis que le da el imperio romano: pan y circo. La turba se calma cuando le dan pan y circo y Jesús no se los daba, porque sabía que la solución a nuestros problemas no eran los falsos sucedáneos, sino dejarnos invadir por Dios, por el otro.
     La tentación de Jesús es saber que la «politiquería» no es el camino pero sentir que le atrae porque es hombre, igual en todo a nosotros menos en el pecado, como lo dice la carta a los Hebreos. Seamos claros, a Cristo le daba sueño, le daba hambre, le atraían las mujeres, y Él tenía la tentación del poder en una doble vía: bien de volverse » politiquero» o hien de abandonar la bella pero dura causa de su Padre, la alteridad. Es decir, Él es llamado por el absolutamente otro a construir una alternativa, una alternativa personal, que es al mismo tiempo una alternativa social y política.

     En el evangelio hay otras narraciones sobre tentaciones de Jesús muy iluminadoras, la del comienzo de su vida pública que constituye un relato muy lindo, en el que se nos cuenta que el demonio lo tienta.
Cuando Él lleva ayunando cuarenta días con sus noches, Satanás le dice: » Haz que estas piedras se conviertan en panes». Jesús lo rechaza. Después lo lleva a la torre del templo y le dice: » Lánzate desde aquí para que los ángeles te reciban, y todos vean que tú eres un hombre de Dios». Él también lo rechaza. Y después lo lleva a la cumbre de un monte y le dice: » Mira todas estas ciudades, todo esto es tuyo si postrado ante mí me adoras», y Cristo le responde: » Aléjate de mi Satanás, porque está escrito que sólo a tu Dios amarás y a Él sólo servirás».

     A propósito de tentaciones, el Nuevo Testamento afirma que Jesús exorcizaba demonios. En nuestro tiempo esta práctica se ha hecho un tanto común en ciertos sectores sociales, por este motivo me parece pertinente referirme a ella. El Evangelio asevera que Jesús expulsa a espíritus malignos. Los relatos de expulsión de diablos son elaboraciones teológico-simbólicas para expresar una experiencia que los seguidores inmediatos de Cristo tenían de su persona, la cual se refiere a la proscripción del mal que realizaba el Hijo del Hombre, amando, curando, dando pan, acogiendo niños y mujeres. Como todo lo relacionado con Lucifer, son formulaciones simbólicas.

     En cuanto a los actuales exorcismos, algunas personas por su propia cuenta los realizan pero no tienen un conocimiento ni una preparación adecuada en este campo y ciertamente, cultivan prácticas muy torcidas y dañinas. En definitiva, es mucho más cómodo poner el demonio afuera y con tres pases mágicos externos sacarlo, para no exorcizarme en el cotidiano, para no exorcisarme abriéndome al otro. No nos digamos mentiras: el diablo existe, pero no está fuera sino dentro de nosotros. Por esto cuando Jesús ve que el apóstol Pedro asume actitudes egoístas lo percibe como un demonio y se refiere a él exclamando: «Apártate de mi, Satanás». En el mismo sentido se expresa el Hijo del Hombre cuando afirma: » No es lo que entra de fuera al hombre lo que lo daña sino lo que sale de su interior». Cada uno de los humanos participamos de esa realidad que llamamos Satanás, la cual nos atañe en la medida que nos abramos a Dios.

     Como vemos, esto del exorcismo es algo delicado porque toca los núcleos íntimos del comportamiento de las personas y su manejo superficial puede llevar a una praxis ética desacertada. Por este motivo la Iglesia católica oficial es muy cauta hoy en estos terrenos, y aunque contempla la posibilidad del exorcismo como ritual, confía solo al Obispo el derecho de realizarlo o a un sacerdote con expresa autorización episcopal para ello.

     Surge aqui entonces la pregunta por el sentido de este rito católico contemporáneo. Veamos. La palabra exorcismo viene del griego «ex-horkismo», literalmente, » hacia fuera-conjurar» (o sea, lanzar fuera); desde el punto de vista ritual se trata de vivenciar la expulsión del mal, ese importante tópico de la existencia de Jesús al que ya nos hemos referido. Y es que el mal en personas o coyunturas históricas ha tomado o puede tomar unas proporciones desmesuradas tales que justifique la celebración de un exorcismo. Así como hemos constatado la dimensión mistérica de la alteridad (el bien por excelencia, Dios mismo); frente a la realidad del demonio en los términos propuestos aquí, también nos hallamos, en última instancia, de cara a un misterio que nos desborda y que con la gracia de Dios tratamos de barruntar.

     El egoísmo es un misterio que se conforma como una fuerza que nos afecta, no como el personaje de cachos y tridente que hemos desechado o como un absoluto de las proporciones de Dios, pero sí como una identidad que nos toca en lo hondo de nuestra vida. En este sentido la tradición católica habla del carácter personal y activo del mal.

     A mi juicio, imposible no afirmar esta identidad y este carácter cuando constatamos situaciones tan pasmosas, entre otras, cómo el holocausto judío por los nazis (seis millones de personas eliminadas fría y calculadamente), los cincuenta millones de muertos que dejó la Segunda Guerra Mundial, los quinientos mil asesinatos de civiles indefensos ruandeses perpetrados solo en un año, la violencia colombiana que nada más en 1994 generó treinta y cinco mil homicidios, o los tres mil millones de seres racionales que en el mundo viven en condiciones infrahumanas, en doloroso contraste con el derroche y el lujo superfluo que se da en ciertos sectores sociales, o con la indiferencia de quienes nada les falta y de la cual unos u otros participamos.

     A pesar de este poder del mal que pesa sobre nosotros, experimento desde la fe que, abriéndonos a la corriente de la Alteridad. ese diablo que es la violencia, la injusticia, la discriminación de los pobres y las mujeres, en suma, el egocentrismo en todas sus formas, desaparecerá un día de la humanidad.

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